Que la vuelta de vacaciones de verano es dura, lo sabemos, pero aún más si el agotamiento se apodera de nosotros. Para algunos/as, será por las noches seguidas de parranda y es razonable y muy respetable, aunque en mi caso ha sido por otras razones de menor prestigio de ocio: una gran acumulación de horas perdidas de sueño viendo la tele en agosto.

Sip, reconozco que este verano me he visto más horas de tele acumuladas que en todo el resto del año (no es difícil). Tras nuestra infructuosa participación en la Eurocopa, el plato de cada día o, mejor dicho, de cada noche, era la variada carta deportiva que ofrecía TVE y los Juegos Olímpicos. Buena cobertura de un evento que, aunque muy a trasmano según reloj, nos ha acercado a muchos noctámbulos a la tele, hasta altas horas de madrugada.

De todo, me quedo con Brasil, por Río, con Río, por la playa, y de los Juegos, con el medallero (español, claro), y del medallero, me quedo con una sensación o más bien una correlación: “A mi, esto del oro, la plata y el bronce... me suena”.

Ha despertado de nuevo la manida pero persistente pregunta de si somos demasiado autoexigentes en nuestro negocio de la publicidad, ahora llamada creatividad por aquello de ampliar posibles inscripciones, o porque la publi a secas no suena bien. Me explico. El ganador de los 1.500 metros de estos JJOO de Río 2016 fue el norteamericano Matthew Centrowitz, Jr. con un tiempo de 3:50.00 . No batió el record del mundo (a 24” del de Roma 1998), ni fue la mejor carrera de todos los tiempos de las Olimpiadas (a 18” del record olímpico de Sidney 2000), ni creo que, con los años, la imagen de este atleta sea recordada. No habrá Grand Prix en esta categoría, pero sí hubo oro, plata y bronce.

Hace cuatro años en Londres, Matt no hubiera estado con este tiempo ¡ni entre los doce primeros!, y lo sabe porque en 2012 fue cuarto con un tiempo mucho mejor (una putada ser cuarto en unos JJOO, como bien saben...). En Río 2016, esta vez fue el mejor. Oro con mordisco incluido. El mejor de los veinticinco atletas que se presentaron (clasificaron) y el mejor de las tres medallas de la final.

De hecho, el corredor argelino Abdellatif Baka, que compite en 1.500 metros en la categoría T13 (esto de la categoría, también me suena) de discapacitados visuales, se ha colgado el oro en el Estadio Olímpico de Río de Janeiro con un tiempo mejor que el del atleta estadounidense, ¡en los Paralímpicos! Baka se impuso por casi dos segundos y el tiempo del argelino además, fue récord del mundo. Grand Prix indiscutible. ¿Por qué no darán GP en los JJOO? Deberían.

O sea, que en la gloriosa carrera de 1.500, no sólo no se premia al que bate records, ni se mira al histórico de datos para las medallas, sino que gana el mejor. El mejor que corre en ese momento, claro, porque mejor, lo que se dice mejor, lo ha sido Baka. Solo que se equivocó de carrera y de día. Matt, de año.

Daño

No entiendo el porqué de las asignaciones que hacemos en nuestros juegos (festivales), ni mucho menos la cantidad de premios desiertos cada año por comparativa con algo guay que vimos el año pasado, o el anterior, o cinco antes. Nos hacemos daño, pretendiendo ser mejores mirando al pasado permanentemente. De ahí el afán truchero y la afición mundana de pisar medallero a toda costa. Hay que ser realistas aunque no conformistas y, como en los vinos, saber apreciar un excelente vino Ribera de Duero del 89, que fue algo mejor que el de 2013, que fue tan solo bueno, y mirar con lo aprendido al futuro. Ya llegarán mejores, al tiempo.

Si los festivales son anuales, deberíamos de mirar lo mejor de cada categoría del año corriente, sin más. No quiero ni pensar en el día en que nuestros festivales se hicieran olímpicamente cada cuatro años, ¡la que se liaba en unos Premios Olímpicos de Publicidad!

No pretendo que estén de acuerdo, es tan solo una reflexión estival, a la espera del gran momento de la entrega de los Oscar en los que, con voz entrecortada, espero que alguna bella actriz diga en perfecto inglés: “And the Oscar goes to... nobody”.

A la Academia se la tragará la tierra y Hollywood enterito caerá en la falla de San Andrés. Pero eso es otra película y otro año.