Lo cierto es que una ciudad como Barcelona ofrece muchos atractivos a la hora de elegir una zona en la que vivir. La dicotomía playa-montaña, las albóndigas con sepia y/o la sepia con albóndigas, Gaudí, Cornellà-El Prat… son múltiples las ventajas que ofrece la bella localidad costera al inmigrante.

En mi caso, la migración desde territorios más centralistas no ha obedecido a una elección consciente sino que se debe a la más noble de las causas: el amor. No obstante, les tengo decir que estoy encantado y disfrutando gratamente de mi experiencia barcelonina. Aunque también les digo que no sabría explicar muy bien por qué me siento tan estupendamente en Barcelona cuando cada vez que mete un gol Morata, mi grito de gloria es el único que se escucha en 100 km. a la redonda.

Hasta que la semana pasada descubrí la verdadera razón: vine en coche a Madrid y, según abandonaba Guadalajara, me entró una cuña de Canalcar.

Claro, eso era. Bien es cierto que viviendo en Catalunya uno tiende a escuchar en la radio una sobreinformación sobre el tema independentista quizás más cuantiosa de lo que le gustaría. Pero, a cambio, no tiene que soportar el concepto compramostucochecompramostucochecompramostucoche encanalcarcompramostucoche encanalcarcompramostucoche. Qué liberación. Qué maravilloso es comenzar el día sin que te entren ganas de asesinar a alguien.

No entiendo como Puigdemont no utiliza la ausencia de Canalcar en su territorio como hecho diferencial para pedir su referéndum. Me parece un argumento incontestable. Cuando escuché por primera vez la cuña de Canalcar titulada acertadamente Compramos tu coche (que pueden escuchar bajo su propia responsabilidad en soundcloud.com/ canalcar), se despertó ese street performer que hay en mí y pensé en conectar un altavoz gigantesco orientado hacia sus headquarters de Las Rozas que emitiera 24/7 ese fantástico trabajo radiofónico, para que sus creadores pudieran disfrutar de él como se merecen. Sin embargo, esa mezcla de cobardía y vagancia que me caracteriza me impidió llevar a cabo esta acción que me hubiera elevado al olimpo de los Creativos Vengadores.

En estos momentos en los que a las marcas se les pide tanto (Hacer, no decir. Ser empáticos. Ofrecer soluciones incluso a problemas que aún no están planteados. Estar cuando se les necesita. Mantener un diálogo permanente. Y otras zarandajas de diverso pelaje.), lo bonito de la publicidad de Canalcar es que a la marca solo hay que pedirle una cosa: No me grites. Que te he dicho que no me grites.

¿Funcionará? ¿Estarán comprando y vendiendo más coches? ¿Se estarán formando colas de cienes y cienes de automovilistas dispuestos a vender sus Seat Panda y sus Citroën Visa? ¿Me estoy columpiando y a finales de octubre se llevarán un Efi en la categoría Cuñas Atronadoras? O quizás se lo lleven en la categoría Estrategias Lamentables
Integradas porque también me saltó este tuit promocionado: “¿Te gusta la pasta con tomate? Pues aquí no es, aquí vendemos coches de ocasión”.

O sea, que además de pensar que debo ser sordo, también creen que soy imbécil.

En este negocio, en el que siempre existe un grado de incertidumbre sobre lo que va a funcionar y lo que no, lo único que realmente me gustaría es que el público no premiara estas cosas (y tantas otras como ésta, o peores. Bueno, peores, no creo.) y que hicieran como yo, que mantengo un boicot absurdo desde hace años a las marcas cuya publicidad me agrede intelectualmente. A mí eso de que “que hablen mal de ti, pero que hablen” me parece una soberana estupidez.

Bueno, pues ya saben: si tienen que vender su vehículo, vayan a Canalcar. Pero les ruego que dejen metido en el cargador de CDs, uno grabado con un bucle infinito de la memorable cuña. Y que estropeen ese cargador para que no puedan sacarlo jamás.