El tema de la conciliación de la vida personal/familiar -es decir, de lo que es la vida- con la vida laboral es un asunto que aparece de manera recurrente en las discusiones sobre el futuro de esta, nuestra profesión. En el rincón de la derecha, los millennials que no están dispuestos a pasar por lo que pasamos nosotros y la asombrosa afición de la gente en general de compaginar su trabajo con cosas tan prescindibles como ir al cine a ver Aquaman o llegar a casa a la hora del baño de tus hijos. En el rincón de la izquierda, los fees menguantes, las exigencias crecientes y la dificultad de las agencias para contratar a las personas necesarias para acometer los trabajos ante la inestabilidad presupuestaria. Suele ser un combate desigual, en el que la victoria del rincón de la izquierda se paga a 1.05 en Bwin.

Tradicionalmente -y en tiempos de crisis, muchísimo más- las agencias habían adoptado una política lentejaria al respecto. Apoyadas en una suerte de glamour profesional en vías de extinción, te ofrecían una especie de paraíso creativo en el que disfrutar mientras trabajabas, casi hasta el punto de que deberías ser tú el que pagaras por estar allí. Así que te comías las lentejas. Pero mucho me temo que el talento actual está más bien por dejar el plato lleno y pirarse con la música a otra parte.

Precisamente el otro día me contaba mi amiga (y admirada) Nerea Cierco que en DDB se están poniendo las pilas muy en serio con este tema y han montado DDB Concilia, una iniciativa en la que van a comenzar a experimentar con el teletrabajo, a dar el día libre en tu cumple, a optimizar las horas de trabajo y a conseguir descuentos para sus empleados en los productos/servicios de sus clientes. Desde esta humilde columna, fuerte el aplauso. Me parece que, nos guste o no, es el único camino a seguir. Disclaimer: en DDB tengo muchos colegas y allí trabajó bien a gusto mi señora, con lo que quizás sea que les veo con muy buenos ojos, pero me parece muy grato que una agencia tan grande esté por la labor de implementar medidas que se complican exponencialmente con el tamaño de la empresa.

Porque, hasta ahora, estamos hablando de un caso paradigmático del concepto en casa del herrero, cuchillo de palo: aquí hemos sido campeones mundiales ganando todos los premios habidos y por haber en planes de fidelización, pero parece que nos cuesta muchísimo conseguir que el talento se quede en nuestras agencias, que no nos abandone. Quizás sea porque no damos la respuesta correcta a estas cuestiones:

¿Es estrictamente necesario responder inmediatamente a ese e-mail que te envía tu jefe el sábado por la tarde cuando estás sumergido en un océano de Boca-Bits y palomitas de microondas mientras visionas un crucial Osasuna - Rayo Majadahonda? ¿El mundo dejará de girar si una tarde desconectas a tu hora cuando tienes una presentación de una estrategia de influencers al día siguiente? A estas alturas, que ya deberíamos ir de un lado a otro con coches voladores, ¿necesitamos trabajar todos juntos como hermanos en un mismo recinto o estos inventos malignos modernos que parecen cosa de brujería como Skype, Slack o Trello nos permitirían currar desde nuestros domicilios enfundados en skyjamas inconfesables?

Posiblemente, no. Ahora, una cosa es transigir menos con las horas extras absurdas y otra muy distinta no tener compromiso y darte exactamente igual si el trabajo sale bien o no. Que eso nos da para otra columna sobre la vergüenza torera de las nuevas generaciones. Y de algunos de las viejas, claro.

La vida en una agencia es maravillosa. Para mí, un kindergarten gigante en el que me paso el día con otros niños y niñas a los que les gustan las mismas cosas que a mí, diciendo tonterías y celebrando al que la dice más gorda, porque es el que tiene más talento. Hagamos lo que tengamos que hacer para que esos niños talentosos sigan queriendo venir a jugar a nuestras agencias.