Hace un año, por estas mismas fechas, andaba yo por Bolivia en pleno rodaje del documental que Canal+ realizó sobre nuestra campaña Pastillas contra el dolor ajeno.

El vídeo, de unos treinta minutos, narra, de manera más o menos lineal, todo el proceso de esta campaña: el origen de la idea, la producción de las pastillas y su puesta en marcha, (haciendo especial énfasis en el episodio del rodaje del spot que protagonizó Luis García Berlanga), en la cadena de colaboraciones desinteresadas que hay detrás del proyecto y que lo han hecho posible, en la labor que realiza MSF, y, sobre todo, en el objetivo de todo este esfuerzo global: los enfermos olvidados.

A la hora de mostrar la realidad de estos enfermos, se abrían ante nosotros varias opciones de viaje: República Centro Africana, India, Etiopía o Bolivia, países subdesarrollados, afectados por alguna o algunas de las seis enfermedades olvidadas que protagonizan la campaña, y en los que MSF tiene equipos médicos y logísticos trabajando, diagnosticando y tratando estas enfermedades.

La incapacidad –por cuestiones de operatividad y tiempo- de ir a grabar a varias zonas para mostrar las condiciones de vida de estos seres humanos que viven diariamente ante la incertidumbre de la muerte, nos obligó a elegir un único destino, y documentarlo de manera que sirviera como ejemplo para el resto.

Elegimos Bolivia, y el mal de Chagas, una enfermedad que afecta a un altísimo porcentaje de la población más pobre de aquel país, transmitida por la picadura de la vinchuca, una especie de chinche que elige las zonas rurales y las casas de adobe para habitar, y que ha extendido su mortal campo de acción hasta las barriadas más humildes de ciudades como Cochabamba. La vinchuca, como todos los cobardes, actúa de noche, mientras sus víctimas duermen (a menudo en catres, o en el suelo), picando y defecando en la herida producida.

La mayoría de los afectados (entre diez y quince millones en todo el mundo) no son conscientes de que han sido infectados, y cuando comienzan los síntomas (pueden pasar años), suele ser demasiado tarde, causando daños irreparables y graves cardiopatías que pueden llevar a la muerte fulminante. Las pruebas de diagnóstico en la población civil resultan por tanto fundamentales para poder tratar a tiempo a los posibles afectados, así como el trabajo de observación y desinfección de las casas para evitar que la vinchuca habite o siga habitando en ellas.

Durante quince días, pude recorrer diversas zonas de Bolivia, ciudades como Cochabamba, y zonas rurales, como Aiquile, un lugar recóndito, escondido entre montañas, donde uno tiene la sensación de haber hecho un viaje en el tiempo, de varios siglos atrás.

Junto a Miguel, guionista del documental, Juan Carlos Tomasi, cámara y buen amigo, y Mar Padilla, responsable de prensa del proyecto, pasé unos días cargados de emoción, horas y horas de conversaciones en las que te haces preguntas para las que nunca tienes una respuesta fácil… un viaje en el que pude conocer, de primera mano, un drama, una crimen perpetrado por la naturaleza, y que acaba machacando a todos aquellos que ya no tenían casi nada.

Leche materna

Recuerdo asistir a una sesión de tratamiento en una comunidad indígena, un lugar olvidado por todos, menos por la gente de MSF, que acudía fiel a su cita con ellos tras varias horas de viaje, para proporcionarles tratamiento, para diagnosticar a los niños recién nacidos (el mal de Chagas se transmite con la leche materna), para explicarles la importancia de limpiar sus casas, de vigilar y avisar si aparece el maldito bicho.

Recuerdo los rostros de aquellas gentes, como de otra época, sentados en bancadas esperando pacientemente su turno, mascando hoja de coca. No había apenas diferencia entre los jóvenes y los mayores, la penumbra de aquel lugar, las arrugas, y la tez quemada por el sol, equiparaba las edades hasta convertirlos a todos en ancianos. Eran rostros serios, ajenos a las cámaras, de gente abnegada, que vive cada día como si fuera el último. Recuerdo el silencio.

En un momento dado, uno de ellos, una especie de líder, se levantó, se quitó el sombrero en señal de respeto a los presentes, y mirando a cámara, con los ojos vidriosos, y la voz muy tenue, se puso a hablar en quechua, el idioma indígena.

Una de las personas de MSF que nos acompañaban en el viaje, nos contó que aquel hombre había aprovechado nuestra presencia para agradecer al pueblo español su generosidad, la ayuda prestada a través de MSF a lo largo de todos estos años, una ayuda que estaba salvando sus vidas y las de sus hijos.

Pidió que no les olvidáramos, que no les dejáramos solos con aquella enfermedad, con aquel bicho, y realizó una petición mas, marcapasos. Sí, marcapasos que pongan en hora los mal heridos corazones de miles de afectados, de muy distintas edades. Marcapasos para no caer fulminados por un infarto en medio de la nada…

La semana pasada eché un vistazo a la prensa deportiva. Creo que era en Marca, donde pude leer la siguiente noticia: “Ignacio Galán, presidente de Iberdrola, hace entrega de 23 relojes Frank Muller, modelo Conquistador Gran Prix, a cada uno de los integrantes de La Roja por la consecución de la Copa del Mundo”.

Resulta que el madridista Sergio Ramos, durante el transcurso del Mundial, se quedó prendado del reloj que calzaba el Sr. Galán. “¡Vaya peluco guapo que llevas!”, le soltó.

El presidente de Iberdrola, sacudido por una descarga eléctrica, o abducido por el sonido de las vuvuzelas, le espetó: “Si ganáis la Copa de Mundo, os regalo uno a cada uno”. Con dos cojones.

No se si fue por la promesa del reloj, o por qué, pero el caso es que Ramos y compañía ganaron la ansiada copa hace ahora un año, y el Sr. Galán, cumplidor, ha decidido pagar su deuda, entregando esos veintitrés flamantes relojes durante una publi-ceremonia en Salamanca. La noticia no tenía desperdicio, toda ella parecía obra de Azcona, y perfectamente podría haber sido un pasaje de una nueva película de Berlanga.

Remesa

Pues eso, que como a relojes y a cojones no gana nadie a nuestros altos directivos, he decidido aprovechar esta tribuna, para ver si algún galán se estira, y con idéntica generosidad y emoción, con igual porcentaje de testosterona, envía una remesa de marcapasos a Bolivia, aunque no sean de marca. Con que no se paren, es mas que suficiente.

Eso sí, lo del modelo Conquistador, mejor nos lo ahorramos. 

Jorge Martínez es director creativo de Germinal