Amigas, amigos: me complace comunicarles que el jueves pasado tuve una revelación no sé si mística pero, vamos, prácticamente a la altura de cuando Florentino pensó: “vamos a fichar a Mourinho, que ese sí que entiende los valores del madridismo”. El caso es que volvía tan ufano a mi domicilio después de los Inspirational cuando, aparcando la moto, visualicé El Futuro. Bueno, acotemos, el futuro así en general, no. Lamentablemente, no tengo la capacidad que tiene un Sandro Rey (busquen en Youtube “Sandro Rey invidente” y échense unas risas) para interpretar los acontecimientos venideros solo con una llamada telefónica, una baraja de las familias y un altar hecho con papel Albal, así que no puedo interpretar el futuro de todos ustedes. Y bien que lo siento.

Sin embargo, he conseguido visualizar el mío. Que ya es bastante. Como les decía, me bajé de la moto y pensé: “a ver qué hago ahora… hombre, si he dejado grabando ‘Pesadilla en la cocina’”. De repente, el mundo se detuvo. Un fogonazo de luz incandescente recorrió mi cuerpo generando una sensación solo comparable a lo que sentí cuando Zidane enganchó la volea en Glasgow. La conexión se produjo: Inspirational + Chef = vi mi futuro. Por fin encontré la respuesta a la temible pregunta “Y tú, ¿qué quieres ser de mayor?”. Lo vi clarísimo, en forma de señor entrado en kilos guarnecidos por una chaquetilla gigante de colores estrambóticos: Yo Quiero Ser Chicote.


Imagínense el mismo formato de Pesadilla en la cocina, aplicado a una agencia. Agencias en apuros creativos que te llaman para que les digas exactamente lo que piensas de ellas y aplicarles después un plan renove. Te metes en un par de reuniones, miras por encima del ordenador de un par de directores de arte y les das un briefing sencillito, para que se luzcan. Después sales como poseído fuera de la agencia donde te está esperando un cámara para que te quedes bien a gusto poniendo a caldo lo que has visto: “Yo esto no lo he visto en mi vida: ¡ni un díptico saben hacer! Las fotos son de banco de imagen cutre, como congeladas, sin emoción. No transmiten nada. Una agencia 360 dicen que son, no me jodas, ¡si no saben ni cómo se hace un Facebook Ad! La ‘tele’ que me han contado... ¡es copiada! Pero no de un video de YouTube, no. ¡Del D&AD de 1979! Y el director creativo es daltónico…¡dal-tó-ni-co! No sé cómo le voy a meter mano a esto.”


Una vez realizado el indignado diagnóstico, toca revolución. A cambiarlo todo: “Os he preparado una lista de trabajos que podéis hacer. Campañas muy sencillitas pero modernas, que luzcan. No con ese tressesentismo trasnochado que da como antiguo. Ya no presentamos ‘spots’, presentamos ‘cápsulas audiovisuales’. ¡Y no hay gráfica sin QR! Y todo lo que llevemos, con su Pinterest y su ‘app’ para iPhone/Android de guarnición.”


Desde ya, presento mi candidatura. Salvo el talento, creo que lo tengo todo: imagen intimidante, más kilos de los estrictamente necesarios para el desarrollo de mi profesión y una fluidez verbal atacante sin ningún sentido. Oigan, y me comprometo a obtener los mismos resultados que Chicote: parece que dos restaurantes tratados por él han acabado cerrando y otro le ha demandado. Esto lo consigo yo con la gorra.

Cuestiones


El proyecto parece ciertamente apetecible. Pero, claro, antes de ponerse a ello hay que resolver ciertas cuestiones: ¿Hay mercado para esto? ¿Realmente las agencias necesitamos un Chicote que nos ponga las pilas y que nos cambie lo que tenemos que cambiar? ¿Es tanto, en realidad, eso que tenemos que cambiar o vale con un lifting chicotil que nos lave un poco la cara? ¿Un Chicote nos abriría los ojos y nos haría reflexionar profundamente? Y si es así, ¿los cambios que implementaríamos durarían 5 minutos porque se los llevaría por delante la vuelta de Berlusconi, pongamos por caso?
Y, sobre todo, lo más importante: cómo mola reflexionar y plantear revoluciones desde el tendido cuando no te va la vida en ello.