Desde la distancia de los cuarteles de Madrid (alguien se tiene que quedar cuidando el fortín), hablo. Desde la distancia, opino y sin vivir en vivo ni sentir de cerca la realidad de lo acontecido, escribo. Acepto críticas sin mala milk y opiniones contrarias, también.

No hay año en que cuerpo y mente se resistan a comentar sobre el festival El Sol. Es así, como los polos opuestos que se atraen, como la leche al café y los dedos al chocolate, para un publicitario es una atracción letal y veces compleja de gestionar en la inmensidad de su decadencia. Me gustaría decir que por lo mucho de bueno que desprende y la gran cantidad de cosas que uno aprende, pero lo siento, si bien disfruto de lo mejor de los festivales, cada vez me siento más distante de lo que veo después al analizar el palmarés de premios. No en todos, pero sí en un número alarmante de casos.

Muchos dirán que es fácil criticar sin tocar, pero he tenido la suerte de participar, ser premiado y ser jurado de este y otros muchos festivales como para no sentirme cómodo hablando de ello. Y si enciendo alguna fogata, pues tampoco pasa nada, que estamos casi en San Juan.

Estamos jugando a un juego de hambruna, que ya no solo yo siento cada vez más lejano personalmente, sino que mucho me temo que a nuestros clientes, sí, esas extrañas personas que opinan injustamente de nuestro trabajo cada día, les pilla en la quinta galaxia, allí al fondo. a mano izquierda. Vamos, en los servicios.


Hambre de premios, hambre de ideas que se salgan y que salgan, como sea.


Hambre de jugar con creatividades e ideas cojonudas, pero que no tienen objetivos de marketing o ventas claros, y casi de seguro ni briefing, ni nada que se les parezca. Pero nos valen. Cogemos un producto y hacemos más o menos lo que nos da la gana, para sacar partido creativo más allá de lo que cliente, producto e inversión son capaces. Está bien como ejercicio mental, incluso creativo, pero sería mucho mejor si se plasmaran en acciones reales vinculadas a lanzamientos y campañas de calado. No lo son. Son grandes ideas empequeñecidas por la conveniencia de su desarrollo y de su objetivo, que no es para nada vinculante a la petición básica de un cliente; vender más. Venden, pero otro tipo de cosa, la imagen de una agencia o de unos creativos, entiendo que con mucho tiempo libre para acometer semejantes tareas fuera de la dura realidad del día a día del trabajo en la agencia. Enhorabuena.

Oficio panadero


Yo creo que mejor tener trabajo, el de toda la vida, el de un oficio más que un trabajo, el de la gestión del hallazgo más que del retrato artístico. Y si de ahí sale algo importante, suficientemente interesante para pasar por la aprobación del cliente y luego llega a ser premiable, pues mucho mejor. El pan nuestro…


Este oficio panadero necesita de grandes profesionales, que los hay, que asumiendo su rol de servicio, sean capaces de convencer a los que se sirven de sus buenas ideas, las cobren suficientemente y se engrandezcan por su aceptación pública, no por su exhibición sesgada tipo delicatesen y de cortas miras de target del ombligo padentro.


No es justo meter a todos en el mismo saco, pero lamentablemente la verdad es que cada año con más fuerza aparecen campañas inéditas nunca vistas, acciones de apañado low cost, sospechosos videos bien montados y aparentando más de lo que son las cosas, traducidos al idioma de Shakespeare y con aparatosas participaciones de fans de redes sociales contadas como si tuvieran la entidad de los votos de unas elecciones.

Resumiendo: No sigan alimentándose de premios en los recién inaugurados juegos del hambre publicitario, y menos a cualquier precio. Pan para hoy, hambre para mañana.