Internet nos está sorprendiendo constantemente. Las tendencias van y vienen a gran velocidad y sólo unas pocas ideas son capaces de resistir el envite de las modas y permanecer el tiempo suficiente como para desarrollarse, arraigar y tener éxito. Internet, en sí mismo, es un canal de comunicación que, en su corta vida, ha evolucionado varias veces, adaptándose a nuevos formatos y ayudando a crear otros, haciendo evolucionar los que ya teníamos.

Es esta capacidad de adaptación, unido a su ubicuidad, la que ha propiciado que internet se haya convertido en una de las herramientas de negocio más potentes que existen hoy en día, tanto por la importancia de las cosas que se pueden hacer en ella como por su cercanía. Internet y la digitalización han democratizado procesos complejos, puesto al alcance de todo el que quiera herramientas complejas de análisis, entornos online independientes, preparados para operar con muy poca ayuda.

En esta tesitura nos encontramos ahora. Los procesos de digitalización de las empresas hace unos años eran algo deseable; en la actualidad, son imprescindibles. Durante los últimos meses la adopción de las nuevas tecnologías se ha tornado en una necesidad, no ya para pensar en el crecimiento de los negocios, sino en su sencilla y llana supervivencia. Las dificultades para seguir trabajando en las condiciones de confinamiento y con teletrabajo ha obligado a adoptar dinámicas de trabajo en la nube, conexión por videoconferencia y emplear internet como canal de comunicación con clientes y proveedores. 

Todo el mundo está de acuerdo que, debido a la situación de la pandemia, la digitalización se ha acelerado de forma increíble y en sectores donde su ritmo de adopción era mucho más lento o, directamente, no estaba contemplado. En las empresas ha calado la idea de que la presencia en internet es fundamental, pero ahora es cuando llega la parte más complicada del proceso; una parte que depende totalmente de nosotros: demostrar que no se han equivocado.

Nuestra actividad va mucho más allá que ofrecer un mero servicio de digitalización, de poner a las empresas en el mapa digital. Los clientes ya no demandan productos y servicios, sino experiencias, ya sea comprando un libro o una página web, incluso una campaña SEO. Y proporcionar experiencias es mucho más complejo, ya que conlleva una mayor implicación por nuestra parte, un mejor conocimiento del mercado y de los clientes y, por supuesto, un trato mucho más personalizado.

En esta época de incertidumbre, los clientes se giran a nosotros buscando no soluciones, sino consejos: una mano amiga que los guíe por el proceso, que se encargue de los aspectos más complicados y tediosos y que les hagan las cosas más sencillas. Ahora somos sus compañeros, sus aliados. Y esto complica mucho las cosas, porque ahora es necesario más que nunca crear lazos de confianza con los clientes, conseguir que confíen en nosotros, y mantener esta confianza en el tiempo. Y esto implica no sólo conseguir resultados, sino ser capaces de conseguirlos de forma que el cliente esté satisfecho.

De las muchas lecciones que nos ha dejado el último año, puede que esta sea la más importante. Para los clientes, ya no podemos ser aquellos que les prometen resultados, sino aquellos que los van a acompañar por el camino de conseguir resultados y que se van a encargar de hacérselo de la forma más sencilla y clara posible. Al igual que la propia internet, los clientes han cambiado sus necesidades en tiempo récord y hemos de ser capaces de adaptarnos a estos cambios, o estaremos abocados a desaparecer también.