El debate estuvo moderado por Nuria Serrano, presidenta de la APG, y contó con la participación de Adrián Mediavilla, 'head of planning' de Sra. Rushmore; Javier Gómez, director de la revista Papel; Mariana Hernández, 'head of strategy' de Google España, y Félix Muñoz, consultor de marketing y comunicación. 'Anuncios' se unió también al evento como medio colaborador.

Muñoz recordó que históricamente, la publicidad, el marketing y las marcas se han enfrentado a los bulos pero que, bien por la vía legislativa, bien por la del autocontrol, se han sometido a unas reglas que garantizan que lo que comunican no sea una falsedad. “En este sentido”, dijo, “la publicidad convencional es ahora mismo lo más pulcro que tenemos en los medios de comunicación, porque pasa unos filtros y unos límites de responsabilidad que no tienen otros contenidos”. Y, si bien no es un fenómeno nuevo, Muñoz explicaba el auge de la llamada postverdad por la aparición de nuevos actores en el mercado (blogueros, influidores...) y de canales de difusión dotados de reglas distintas. “Medios y marcas se enfrentan a canales más potentes y a una percepción tan deformada de la realidad que se ha perdido conexión con esta”, favoreciendo algo que tampoco es nuevo: la búsqueda de aquellas verdades que reafirman lo que uno piensa o lo que a uno le interesa de modo que, dijo, “el
algoritmo de Facebook nos da la sensación de que lo que hay en las redes solo hace que confirmar las propias creencias o posturas”.

En este contexto, Adrián Mediavilla señaló que las marcas pueden actuar como elementos que ayuden a la gente a orientarse. “Las marcas son un ansiolítico”, dijo, entre tanta postverdad, porque “la publicidad siempre aparece identificada y con el logo bien grande”. Además, a su juicio, “necesitamos marcas más auténticas”. En este contexto, coincidieron los ponentes, la autenticidad, la oferta de soluciones para los individuos y tratar a estos desde la inteligencia, son algunos de los elementos que las marcas tienen que cuidar para defenderse de la corriente de postverdad porque, señalaron, el individuo sabe diferenciar, por lo que hay que trabajar para lograr una percepción adecuada. Esto es especialmente relevante en un entorno en el que las redes sociales son, cada vez más, el lugar donde las personas buscan las noticias y se convierten en un verdadero caldo de cultivo para que las noticias falsas, los bulos, se disparen. “Ocho de cada diez personas abren el móvil y leen lo que se dice de las marcas”, señaló Mediavilla.

Nada nuevo


Javier Gómez puso un curioso y no muy conocido ejemplo para explicar que lo que ahora se denomina postverdad no es nada nuevo. El hecho se remonta a la Navidad de 1863, cuando en los quioscos neoyorquinos apareció un panfleto titulado 'Miscegenación' que, básicamente, explicaba el supuesto plan del entonces presidente Abraham Lincoln para crear una nueva súper raza americana que mezclara las capacidades de blancos y negros (y ello, en plena Guerra de Secesión), lo que casi logra acabar con el mandato presidencial. Posteriormente, relataba Gómez, se descubrió que aquello había sido una invención de dos periodistas de 'The New York World'. Entonces, ¿si no es nuevo, por qué se
habla ahora tanto de ello? Inevitablemente, la aparición de multitud de canales que son multidireccionales está en las entrañas de este repunte de los bulos, que favorece una rápida circulación de los contenidos, pero también, añadió el director de 'Papel', la sobreabundancia de estos y, por otro lado, una pérdida generalizada de confianza en todo lo que hasta ahora confiábamos, con lo que “el cinismo ha estallado”, dijo.


Pero también, como señaló Mariana Hernández, las causas del fenómeno de la postverdad pueden encontrarse en un plano más transcendental, filosófico, sociológico o, como ella misma definió, desde la ciberpsicología. Así, determinó tres aspectos que contribuyen a ella: la disonancia cognitiva, que lleva al ser humano a resolver o cambiar la realidad, el juicio por consenso, es decir, la construcción de la realidad a partir del consenso, y la disminución de la atención, que conduce, dijo, a la merma de la capacidad de asombro.